12 agosto 2011

Autobiografía



Me contó mi mamá que el dia que nací mi abuela Gloria lloraba. Edurne, mi otra abuela, vasca, de Bakio, con las emociones curtidas por años de desarraigo, le preguntó al oído tratando de entender: “¿Usted llora porque quería un varón?”.
En ese caso, mi nombre hubiese sido Javier.
Unos años antes, en pleno mundial del ´78, mi mamá bautizó como Michel Demian Agapito Kempes al gato que le regaló mi papá Miguel con quien compartía el amor por Herman Hesse bajo los sauces de la calle Agapito Guisasola, la única con empedrado que quedaba en Olavarría.
Pero a mí me puso simplemente Maria. Para que no me llamaran por el segundo nombre ni inventaran apodos. Esto, según mi abuela Edurne, era una costumbre argentina que ella no entendía.
No conocí a mi abuelo paterno. Dicen que no me habría caído muy bien. Vasco franquista, petiso soberbio y criticón. Mi papá sólo heredó de él la pasión por discutir y ganar a toda costa. Mi tia recibió el resto de los genes y hace años que no hablamos.
Hace poco leí que la necesidad de una pareja estable, de contención, de pisar suelo firme, me la da mi ascendente en Tauro. La psicóloga a la que me mandaron cuando tenía quince años para tratar de convencerme de que la relación que tenía con mi novio no era normal, explicó que mi tendencia a los celos la generó el hecho de haber compartido a papá con decenas de novias,  y así le dio a mamá otra razón para discutir con él más allá de la cuota alimentaria.
Me encantaba escuchar sus peleas en la vereda. Con la mochila preparada para ir a lo de papá, me sentaba en la escalera y seguía los detalles del debe y haber mensual que mi mamá llevaba registrados en una libretita donde también anotaba las películas que había visto y los nombres de los actores, políticos, cantantes y escritores que se le aparecían en los sueños. Una noche tuvo un fogoso encuentro con Menem y hasta llegó a decirle que no a Alain Delon.
Mi juego preferido era pasar horas y a veces días diseñando la casa de las barbies. Con cartones pintados levantaba las paredes o usaba los estantes del ropero y construía un edificio. Le hacía tocar la marcha nupcial a mamá en el piano, Barbie y Ken se casaban, tenían relaciones y venía el bebé.
Considero que comer es un acto de placer y no una simple necesidad. Huyo de los amontonamientos de gente y de las personas que consideran que Gran Hermano o Mirtha Legrand son temas de sobremesa. Odio el cigarrillo. Odio la gente que dice “a mi no me interesa la política” o “yo no miro cine nacional”. También a los colectiveros y a los vecinos que me ven entrando al edificio y en vez de esperar cierran la puerta del ascensor en mi cara. No soporto que mi abuela me diga que soy de izquierda porque soy joven ni soporto que la gente se ria demasiado o comente las películas en el cine.
Creía que para entender el mundo había que estudiar sociología. Ahora creo que es al revés.

5 comentarios:

  1. Mas! Mas! Mas!
    Te quedo muy bueno Maria!
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  2. Me ha encantado María. Zorionak desde Bilbo. Espero poder leer más muy pronto.

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  3. "Me encantaba escuchar sus peleas en la vereda. Con la mochila preparada para ir a lo de papá, me sentaba en la escalera y seguía los detalles del debe y haber mensual que mi mamá llevaba registrados en una libretita"

    aparentemente hay modas que subjetivan a montones!

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